Lo que fomentamos en nuestros hijos
En los más pequeños:
Les pedimos que se vistan y coman solos porque eso nos facilita la mañana
cuando tenemos que ir a trabajar. Les pedimos continencia y limpieza, porque
es mucho más cómodo que los pañales y porque la guardería así lo exige.
Podríamos multiplicar los ejemplos. Es posible que en estos ámbitos los
padres esperen demasiado de sus hijos, a una edad en la que no están
preparados, y de ahí que, incapaces de ver el interés de apresurarse, los niños
se hagan los remolones durante las mañanas laborables...
En los adolescentes:
Les pedimos que ordenen su habitación, que cuiden su ropa, que avancen en
los deberes, que practiquen los ejercicios de clarinete sin tener que
controlarlos, etcétera. También aquí los padres pueden tropezar con una
cierta resistencia, no porque esperen de sus adolescentes más de lo que estos
puedan dar, sino porque la pereza, la falta de costumbre y la poca afición al
esfuerzo están presentes en muchos casos.
Lo que nuestros hijos nos «arrancan»
Suele ocurrir sobre todo en los años posteriores a la primera infancia. Aunque
también se encuentra en este registro el hombrecito de cuatro años que dice
«¡No, lo hago yo!» cuando intenta atarse los cordones en vano mientras tú te
impacientas a su lado.
El niño reivindica su autonomía ya desde muy pequeño. Quiere aferrar la
cuchara que le tiende el adulto a una edad en la que se pondrá perdido de
puré. A veces a los padres les cuesta aceptar esta buena voluntad, porque les
resulta más sencillo hacer las cosas en lugar de sus hijos. Esto puede resultar
un error de cálculo en el caso de que esta actitud ralentice el aprendizaje del
niño.
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